Por qué la seguridad debe ser una prioridad estratégica para las empresas en Brasil

 

Por qué la seguridad debe ser una prioridad estratégica para las empresas en Brasil


Por Laura Coelho y Marcelo Sumi
 

São Paulo - El entorno de seguridad en la mayor economía latinoamericana continúa deteriorándose, exigiendo cada vez más de las compañías que operan allí. El 22 de septiembre, la seguridad de Brasil volvió a ser el centro de atención de los medios de comunicación internacionales después de que el ejército brasileño interviniera en Rocinha, la mayor favela de Río de Janeiro, tras días de una gran guerra entre bandas rivales de narcotraficantes –un amargo recordatorio de la violencia en aumento en uno de los principales centros turísticos y empresariales de Brasil. Desafortunadamente, mientras las imágenes de enfrentamientos policiales en las emblemáticas favelas de Río de Janeiro han ganado prominencia en los titulares, el estado de Río de Janeiro no es el único que se enfrenta mayores niveles de violencia.

Durante mucho tiempo Brasil ha sido famoso por su desafiante panorama de seguridad. Sin embargo, los eventos del año pasado han puesto a prueba incluso a los gerentes de seguridad corporativa más experimentados. Desde una ola de mortales motines en prisión en enero, hasta una inquietante huelga policial en Espíritu Santo y varios robos de alto perfil por bandas especializadas, el país se ha sumido en una serie de incidentes de alto nivel que han traído consigo una creciente percepción de la inseguridad entre la población.

El aumento percibido en la violencia está respaldado por datos duros: a pesar de que Brasil carece de estadísticas nacionales oficiales sobre delitos, los números de 18 estados con datos de delitos disponibles públicamente muestran que 11 de ellos reportaron aumentos de homicidios en 2016, mientras que diez estados han visto aumentos superiores este año.

El patrón de violencia urbana sigue siendo similar al del pasado: los homicidios están desproporcionadamente concentrados en las zonas desfavorecidas de los centros urbanos, un recordatorio de las terribles desigualdades del Brasil y la presencia de bandas criminales en barrios pobres. Los estudios de ONG locales e internacionales refuerzan esto, mostrando que las principales víctimas de la creciente violencia en Brasil son los jóvenes varones de bajos estratos socioeconómicos. Desde una perspectiva empresarial, puede parecer que el aumento de los homicidios se traduce en una amenaza limitada contra las empresas y las operaciones, que tienden a situarse en zonas más seguras. Sin embargo, la tasa de homicidios en los barrios de bajos ingresos es sólo una faceta del amplio fracaso de los organismos encargados de hacer cumplir la ley para combatir todo tipo de delitos en los últimos dos años.

La evidencia anecdótica y las estadísticas disponibles sugieren un deterioro más amplio de la seguridad, afectando a múltiples localidades y planteando diversas amenazas a las empresas. Por ejemplo, un aumento de los robos en los principales centros urbanos se ha convertido en un gran desafío para los empleados de las empresas, y el hecho de que los criminales estén a menudo armados agrava aún más el problema. En el estado de Río de Janeiro, los casos de robo que resultaron en un asesinato aumentaron un 79,7% en 2016.

El momento en que sucede esta subida en crimen no es ninguna coincidencia. Brasil ha experimentado una dramática desaceleración económica, lo que conduce a la peor recesión del país registrada (en 2015-2016, el PIB se redujo en un 7,2%). Más allá del claro impacto socioeconómico en los individuos y los hogares, la recesión ha mermado los ingresos públicos y ha dejado a los gobiernos estatales -la mayoría de los cuales son infames por políticas fiscales irresponsables- en una grave crisis. A medida que las autoridades luchan para llegar a fin de mes, los presupuestos se han reducido en todas las áreas del gobierno - y la seguridad pública no es una excepción.

El efecto sobre las agencias policiales es visible y generalizado. Los agentes de policía en Río de Janeiro han tenido retrasos recurrentes en el pago de salarios. En el estado de São Paulo, la policía civil ha reducido sus filas debido a procesos de contratación aplazados o suspendidos. Y en febrero en Espírito Santo, una huelga de la policía militar exigiendo mejores salarios dio lugar a una ola de saqueos y violencia. Mientras tanto, a nivel nacional, el presupuesto de la Policía Federal (PF) se redujo en un 44% este año, y la Policía Federal de Carreteras (PRF) ha limitado sus servicios de patrullaje debido a la falta de fondos. Ambos juegan un papel clave en la lucha contra el crimen organizado y el robo de carga, respectivamente. A medida que disminuyen los recursos de seguridad pública, las empresas tienen que soportar una carga mayor.

La buena noticia es que la economía finalmente está mostrando signos de recuperación, aunque a un ritmo muy lento. Se espera que el PIB crezca un 0,3% este año y un 1,3% en 2018, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, se necesitará un tiempo considerable para remediar el daño causado desde el punto de vista de la seguridad. Y con gobiernos federales y estatales todavía enfrentando grandes desequilibrios financieros y una deuda creciente, hay poco espacio para aumentar los recursos y las capacidades de las fuerzas de seguridad locales. Como resultado, si bien los despliegues de tropas federales como los de Río podrían ayudar a apagar los incendios ocasionales, hay pocas esperanzas de una mejora significativa y sostenible del entorno de seguridad en los próximos doce meses.

Incorporar los riesgos de seguridad en la toma de decisiones estratégicas

El difícil entorno operacional de Brasil demuestra cómo un sólido programa de seguridad es una parte vital para hacer negocios en el país. Sin embargo, el auténtico desafío interno es convencer al liderazgo corporativo de que la seguridad no debe considerarse como mera tarea operativa, que requiere el desarrollo de programas más amplios y asociaciones con las distintas partes interesadas, tanto internas como externas. Las empresas deben comprometerse con el desarrollo de un enfoque adecuado de la seguridad, integrándolo en la toma de decisiones estratégicas.

La creciente delincuencia ha tenido un gran impacto en los negocios en Brasil, ya que las empresas tratan de hacer frente a mayores amenazas para la seguridad de sus activos, junto con interrupciones en sus operaciones comerciales normales. Estas tendencias han aumentado los costos relacionados con la seguridad, de las pérdidas ocasionadas por el robo de bienes, a primas de seguros más altas e inversiones mayores en medidas preventivas y de mitigación. Un estudio realizado en 2016 por la Confederación Nacional de la Industria (CNI) estimó que los gastos y pérdidas relacionados con la seguridad costaron a las empresas en Brasil un promedio de 130,000 millones de reales (40,000 millones de dólares) cada año.

Por lo tanto, es claro que para tener éxito en Brasil, las empresas deben determinar si sus capacidades de evaluación y monitoreo de riesgos están diseñadas para guiar al liderazgo de manera efectiva cuando se trata de estrategia corporativa. Los principales responsables de la toma de decisiones deben tener una comprensión completa tanto de la situación de seguridad actual, de los posibles escenarios y de cómo cada escenario podría afectar a los negocios. Deben establecerse los planes apropiados de contingencia y gestión de crisis para garantizar la seguridad de los empleados, la protección de los activos y minimizar la exposición a interrupciones operacionales.

Para asegurar la resiliencia, los programas corporativos deben contener componentes sólidos tales como políticas y planes que abarquen la seguridad, la gestión de crisis y la continuidad del negocio. Aunque la elaboración de estos procesos escritos ya representa un paso importante en un país en el que la cultura de gestión de riesgos corporativos sigue madurando, es crucial que las empresas inviertan en componentes ligeros, como el fortalecimiento de capacidades en estos temas, a fin de mejorar la capacidad de adaptación. Las empresas brasileñas todavía consideran a menudo la seguridad y la gestión de crisis como cuestiones secundarias, delegando a menudo estas responsabilidades a áreas operativas o administrativas. Es crucial que los líderes empresariales globales apoyen el desarrollo de programas integrales localmente, cambiando ese paradigma de gestión de la seguridad.

El panorama de seguridad de Brasil seguirá siendo afectado por las desigualdades sociales del país, la presencia de bandas criminales organizadas y la disponibilidad de armas de fuego. A medida que las agencias policiales del país continúen enfrentando limitaciones presupuestarias y graves deficiencias, las empresas tendrán cada vez más que contar con sus propios recursos -y estrategias de seguridad integrales- para ser resilientes en medio del complejo y, a menudo, inestable entorno de seguridad de la mayor economía de América Latina.

Laura Coelho es consultora de la práctica de Seguridad y Manejo de Crisis y Marcelo Sumi es analista en el área de Análisis de Riesgos Globales